A lo lejos se oye el crujir del yermo, el despertar aletargado de una tierra que antaño fue floreciente y que ahora llora entre sus raíces un despertar que duele, y le sigue consumiendo. Por esas tierras de gris infierno a horizontes atormentados, yacen seres inmundos sin alma, que claman un digno existir mientras luchan por su existencia. Entre la locura y lo innatural, también la desesperanza se dibuja en los rostros hundidos de sonrisa abandonada de las últimas costillas humanas de la naturaleza, que desean despertar de una pesadilla que se adhiere con crudeza a sus dilatadas y castigadas pieles. Fallout 4 expone la inmensidad de ese yermo abandonado a su suerte, y tú, querido lector, estás a punto de protagonizar la aventura más emocionante de tu vida, y sólo de tí depende ser recordado…
Su anuncio escapó de florituras, pero por sí mismo hizo florecer un jardín del gamer deseoso de aventuras profundas y libertad humana. Bethesda Softworks lo ha vuelto a hacer con una cuarta iteración numerada que recoge el testigo inmaculado de la memorable tercera entrega, y la sabe amoldar a las nuevas consolas PlayStation 4 y Xbox One y PC, más con guiño jugable que visual. Si bien Fallout 4 no sorprende por su trabajado entramado visual, la calidad está condensada en una jugabilidad tallada con el mejor diamente jugable que pueda ofrecer una propuesta a día de hoy.
Ese arte contemporáneo, que engaña a los sentidos con objetos inverosímiles y materialismo inmaculado, no tiene cabida en Fallout 4, un producto amparado en ese clasicismo del ayer con títulos que marcaban la pupila de los jugadores con lo que lograban hacer sentir con cuatro polígonos y dos sombras. Y Bethesda lo sabe, y por eso son tan grandes, en la que posiblemente sea la producción más importante de los últimos años, y el juego que puede justificar la existencia del videojuego como forma de un arte abstracto condensado en las líneas invisibles de un código.
Bienvenido al Yermo. Y, ante todo, no te olvides pasarte por tu tienda el 10 de noviembre.
